el hombre es justamente el centro del día.
Lo podemos saber porque la luz es un ancho círculo suyo.
El aire se ha puesto a arder alrededor de su cabeza
y la hierba es un pequeño rumor junto o su herida.
Ha doblado delicadamente lo mano
Con la gracia de quien se está acordando (Se un pájaro.
Para que muera bien, sobre la hierba le pintan una roso
y aunque él sabe que es lo rosa que para morir se necesita,
Sonríe muy despacio, algunos veces.
Ahora otra vez desde la aldea cercana
la guerra hace volar el aire en pedazos grises.
El soldado oye de nuevo el cañón de las cinco.
Antes en esa hora sonaban las campanas del pueblo
pero sin embargo entonces era más triste.
La guerra desfigura la luz, es cierto, la calcina demasiado
pero el soldado no se queja aunque recuerde
la luz de los domingos a las cinco.
Le basta mirar la rosa que le dibujaron en la hierba
porque es así como se debe morir y no de otro modo.
También es necesario oír ese rumor de la hierba en las sienes
y después esperar un rato, nada más, entre esa luz hermosa.
No puede mirar el cielo porque el
cielo pertenece a los brillantes aviadores
que caen como los ángeles ardiendo.
Y además no es posible en el primer asombro
elegir la posición mejor para morirse.
Los cañones, indiferentes, empiezan de nuevo
o rectificar minuciosamente el paisaje del brillante domingo.
Ahora recuerda una rosa que había
pintada en un cuadro de la sala.
Estaba sobre el piano triste del atardecer
Y el padre decía que era una flor muy hermosa,
pero indudablemente, no ero como esa que mira.
Es necesario morirse, eso lo sabe uno desde niño
y más cuando el perro de la casa se muere
o cuando se llora tímidamente junto a \a cama
donde el abuelo ha cruzado las manos del amparo.
Sin embargo uno llega a saberlo de una manera muy distinta
cuando, por ejemplo, no es posible
mover ese brazo apretado bajo el oscuro pecho.
La rosa de su caso fue sin duda, la rosa más hermosa de su tiempo.
Bien lo decía el hondo padre y la voz favorable de la madre
que sabía leer en esos libros donde viven los santos
con una luz mejor que la que en
los crepúsculos queda sobre las flores.
Su madre no había muerto y tal vez nunca muriera.
Porque, ¿cómo podrían vivir las cosos de la casa sin ella?
Habría de quedarse a cuidarlos y a pensar en su hijo
cuando en los atardeceres de las fiestas
escuchara los músicas nuevas de los mozos del pueblo.
La luz se ciñe ahora fuertemente a las sienes
y emplease un largo silencio a crecer sobre el ruido.
Al anochecer los cañones están
Sajones. Algunos grupos se acercan.
La hierba no ha crecido todavía entre los dedos del soldado,
Pero yo no se ve correr la rosa.
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