Pienso en Vos, Señora del Lento Ciprés
mientras el dorado tiempo cae sobre la ciudad.
Estoy solo entre el fuego lento del crepúsculo
y pienso en Vos, señora blanca y fría.
Vuestro amor llueve en mi vieja peno
y los tiempos perdidos maduran su pródiga paz.
¿Llorará todavía por el dulce lirio tronchado?
¿Llorará por la fuente rota en el jardín del silencio?
Pienso en vuestra gracia, allá en los tiempos muertos,
junto a otro mar. ¿Qué nubes eran aquéllas?
Sonreíais al cazador dormido. La
soledad dorada, el laurel decoroso...
Mi corazón agradece vuestra durable belleza.
Pienso en
Vos, porque me habéis sonreído
cuando yo era un adolescente triste y no os conocía.
¿Recordáis su dulce traje azul, sus largos ojos de dormido
amor?
Pienso en Vos, porque ya nos amabais. Señora blanca y fría.
Á vuestros pies un agua ilustre y verde.
Pienso en vuestra carne perfecta
y en vuestra olmo que miraba la justa columna
cuando los dioses entreabrían su dorado esplendor.
¿Ya el cazador tenía la soledad de tu ciprés?
Mi triste amor creció a la sombra de los viajeros.
Mi voz está oscurecida por la ceniza de dioses abolidos
que murieron en lejanas edades haciéndome señales pálidas.
He de volar con las hojas muertas
y no me reconoceréis en el otoño.
Por eso pienso en Vos, señora durable del ciprés;
por eso pienso en la mirada perfecta y serenísima
con que miráis todavía el mar azul y antiguo.
(La negra vid poblada. Sediento el cuervo herido.)
Y cuando los amigos enciendan el fuego venerado en la
casa,
y el viento del atardecer, en los campos infinitos y grises,
remueva los almas posados de los muertos;
y cuando el joven recline su lirio pensativo,
y cuando la golondrina deshojada
anuncie la llegada de los días cenicientos;
y cuando el cazador enloquecido
suene su cuerno de oro en las soledades del invierno,
también pensaré en Vos, Señora de nieve eterna.
Pero he aquí que los recientes amores
Cantan en el fuego gracioso de la nueva estación.
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