El amigo habla de los crepúsculos muertos sobre Lochem
Yo nunca veré a Lochem porque no es una ciudad de este mundo.
¡Cómo es de bella nuestra casa entre el fuego riente
de la estación que viene abriendo rosas!
¡Cómo es de bello el corazón de los días queridos!
El amigo se irá cuando llegue el buen tiempo . . .
y el buen tiempo ha llegado.
Habla con lenta voz de lejanos amigos
que antes de morir cruzaron el corazón de Lochem, extraña
ciudad de castigo y ocaso.
La ternura nos dice que no somos los mismos,
que el amigo nos ha dado un alma nueva para decirle adiós.
Por la casa paseará su palabra lejana, esa irremediable.
Después en los días mayores nos sonreirá
tristemente desde nuestro corazón.
Pero el amigo habla todavía entre la luz amorosa de todos.
Ya canta el pájaro bello del buen tiempo.
¡Oh, locas mujeres entre los trigos!
¡Resplandor vegetal, luz dichosa de los seres recientes!
El amigo sonríe en la felicidad del buen tiempo.
Su mano, donde el adiós anida, nos enseña la fiesta iniciada.
Yo nunca veré los crepúsculos que envejecieron sobre Lochem,
ni sus oscuros templos flotando sobre la voz de los muertos
Cuando se vaya el amigo nadie nombrará a Lochem en la casa
y nuestro corazón se llenará con sus tumbas lejanas.
Queremos cercarlo de amor, ceñirlo de paz, retenerlo
pero de pronto comprendemos cruelmente
que ya nunca estará entre nosotros el amigo,
porque ese amigo de nuestro corazón no es de este mundo.
El nuevo canto dora de estío la arboleda
La soledad es fiel, lento el destierro.
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