Despierta, Diosa, oh Diosa de los ojos de lluvia
muerta y solitaria. El otoño deja caer sus dorados
cabellos y el agua quieta anuncia la llegada armoniosa
del silencio.
Despierta, Diosa ¡oh Diosa! Los nuevos reinos descienden
y el navío abandonado en la arena no oirá la canción
de las aguas venideras.
El fuego venerable arderá tiernamente en la casa
donde los amigos escucharán el rumor de los muertos
que el otoño reúne.
Despierta Diosa de triste cabellera.
La estación ha llegado al corazón y las cosas que amamos
mañana habrán envejecido rodeadas de nuestra pena.
Diosa, Diosa, el tiempo ha llegado.
Ya podré ver tus ojos que amaré en el poniente
y tus cabellos melancólicos de hojas caídas.
Harás callar al pájaro que aún canta rodeado de su azul
moribundo
y dirás a la fuente que murmure para los ángeles finales
que el viento arrastrará entre las hojas y la lluvia.
Despierta para que el amigo taciturno
nos pregunte por aquella olvidada, la esperanza;
para que en el espejo un vago gesto vuelva de otros
mundos entre ojos lejanos y cabelleras de tiempo.
Hablarás a las sombras fieles de la casa y sonreirás a
los dioses abolidos que esperan con mirada otoñal la
llegada sin hojas de la muerte.
De tu cuerpo de virgen desnuda, de adormecida diosa,
llega el olor de las maderas mojadas
y a tu lado los nuestros
cantan el himno de las nubes hermosas.
Despierta, Diosa, despierta…
Tu voz anunciará que la estación ha llegado y que es
preciso amar todavía otro otoño entre las viejas fuentes,
tesoros del olvido
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