sábado, 11 de julio de 2015

LA TARDE DEL CIPRES



Háblame desde la tierra de los adioses muertos
donde estás contemplando la lluvia.
Mira el otoño cómo adormece los ojos
con su azul moribundo y sus cabelleras errantes.

Háblame ahora que nunca te veré, virgen de los cipreses
que pálida de amor suspirabas en los atardeceres antiguos.
La lluvia y el olvido borran tu alma lejana
y pronto las hojas secas cubrirán la frente del oscuro monarca.

¡Ha llegado la paz llena de muertos y de rosas!
Aquí están al fin los días en que lloraremos por el fuego perdido.
Los días del dolor apacible pueblan mi corozón pensativo.
El navío está en tierra como un rey olvidado
¡Adiós, adiós viajeros sin retorno de mi corazón!

Vuestra casa está muerta.
La hierba amarilla del jardín ya lo anuncia
y ese vidrio trizado, esa cortina olvidada que se agita
en el viento arrebatado del atardecer,
diciendo adiós a los viajeros que se alejan mirándonos.

Háblame en este parque que ya es lejano para mi,
donde el ciprés y el mármol tan verdaderos son como tú misma
pero menos tristes, menos tristes que tú cuando miras
el oro deplorable de un amor que se ha muerto.

Háblame para siempre. Háblame para siempre.
En brazos del rosal lo fragancia se adormece
y los cipreses son menos tristes que tus ojos en otoño.
Ha llegado la paz melancólica con el último adiós
y mañana el jardín ya será de otro tiempo.

Háblame en el otoño con esa voz de olvidada que tienes
para que mi corazón sienta caer las hojas.




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