domingo, 12 de julio de 2015

EL SOÑADOR


Errante, más allá de los fronteras
que los jardines ponen al olvido;
más allá de los mores que embellecen
las delicadas orlas de la muerte,
el soñador, el huésped del delirio
bebe su lenta luna envenenada.

Coronados los ojos por la noche
labrada como un himno;
laceradas los sienes por la música
que los piedras arrancan del amor,
el soñador contempla la batallo,
el polvo azul de las espadas
cubriendo la memoria y los palacíos.

Su canto más antiguo que estos piedras
pulidas por la muerte,
más Hondas que estas pálidas cisternas
donde el olvido entierro sus estatuas;
su canto circular como la noche,
como el cuervo lunar,
regresa a las terrazas donde brillan
los pérfidos del viejo paraíso.
  
Retorna como un río
largamente quejoso, de la dicha,
murmurando en la luz apasionada
de una ribera portentosa
donde las ruinas del amor levantan
sus ónices cubiertos por la hiedra del sueño
y los batallas.
Retorna como el paso
de un gran mendigo pródigo
viajero en la carreta morada del otoño
que trae la melodía de otra fiesta.


Con los ojos quemados por el polvo nocturno,
por lo celeste sal de las estrellas,
el soñador contempla el luminoso
ciervo del cielo y en sus párpados
una herrumbre de plata se endurece.

El soñador descifra el bello rostro
de lo amada dormida
bajo el alucinado hierro azul de la luna
y el ruiseñor del mundo
mueve una fuente oscura y un granado.


Más allá del desierto que devora
las lámparas y el rostro de los sueños;
más allá de los muros que levantan
la cal y lo saliva de la muerte;
más allá de las rocas donde embisten
con sus hocicos de espumosa hiedra
los caballos del mar, donde se hunde
el trono majestuoso de la noche,
alguien sueña
y la antigua nostalgia de un granado
lleno de ruiseñor le quema el pecho,
para que el ruido oscuro de una rosa
ate un río de pájaros al mundo
y una perdida música
cruzando el paraíso
que el amor arrasó con luz pesada,
descifre otro jardín, otro relámpago.

 La corona desciende
como un imperio calcinado y bello
sobre la cabellera del que duerme
y la quemada piedra de la noche
vuelca sobre su río iluminado

una copa de brasas amarillas.

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