domingo, 12 de julio de 2015

PALEMOR II

Fue el lento secreto de la ortiga o el trébol
cuando nacen,
entre la hierba dulcemente amarilla de una tarde del
amoroso invierno
donde sentí crecer afanosa tu muerte, y mi dulce llanto
Palemor.
Entonces, como el rumor de plumas solitarias que caen
o como el silencio del recuerdo creciendo en la violeta
de los libros queridos,
escuché la voz de ta soledad que me llamaba para siempre.
Miré 
Palemor de las islas y la vaga estación,
que mueres sin mis amargos brazos de fatigado amor,
que palideces en agobiadas y ruinosas salas con
antiguos ocasos,
¡qué será de nuestro pobre corazón de niños, Palemor!

Veo las islas cubiertas de resplandores amarillos.
El sauce crece sordamente en su gracia caída
y la arena espera la pisada sola y sin regreso.
Estás ahora a mí lado, muerta.
Soy el más pobre y lloro.
¿Qué será de nuestros dedos unidos en la hierba cruel*?
¿Qué será de los huesos ardiendo y de la enhiesta sangre
de otro tiempo?

'Nuestro amor fue el más triste conocimiento.
Sabernos sustentados de desdicha y engañosa esperanza:
cintas olvidadas en el polvo antiguo
y los fatales y tiernos retratos y las bocas de fuego
perdiéndose en cenizas.

¡Qué pobres, qué débiles esos dos que ahora somos ya uno
en la dulzura de la pérdida y en la tristeza del encuentro!

Te veo ahora, muerta ya, Palemor, como una desdichada
culpa mía
y me enternezco por el color marchito del aire cerca tuyo
y por tu pobre ropa de mujer sin amor
y por nuestros tristes huesos débiles como rosales.

Ya no veré el otoño ni el pacífico mayo con sus ruedas doradas;
ni julio con su trágico viento en los atardeceres anegados:
ni el claro San Miguel, a las cinco, cuando alguien llora
de felicidad, dulcemente.
Estaré para siempre teniéndote en mis brazos de sombra

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