«Sous le Pont Mirabeau coule la Seine
Et nous amours
Faut-il qu’il m’en souvienne
La joie venait toujours aprés la peine.
Vienne la nuit sonne l’heure
les tours s’en vont je demeure.»
Hiroshima,
mi amor, caminando.
No el ruiseñor,
no el ruiseñor del sol de la noche,
no el ruiseñor que desciende del laúd de la luna,
ni el ruiseñor de la monja vestida de novia,
no el ruiseñor
sino la inmensa alondra de los bosques quemados,
la alondra que no canta
porque otro día a ella, sin nosotros le pertenece.
No la pólvora quieta
la dulce pólvora blanca, errante, de la noche.
No el canto del jilguero matinal en las acacias,
sino Hiroshima,
mi amor
caminando.
No lo que destruyó el terror de una estatua hundida en los pantanos
o el fuego de una cabeza de alto toro de amor
perdida en el jardín,
si no tú y yo,
Hiroshima,
mi amor,
caminando.
Y si vuelve hasta mí tu voz en los secos teléfonos del olvido
y si llegan desde lejos
las piedras incendiadas de tus pechos oscuros,
si las terribles fuerzas del amor
caen un día, otra vez, en Hiroshima,
mi amor,
siempre,
caminando por la noche fugaz,
por los crueles mares que separan
mi boca de tu boca.
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