En ía gran casa muerta vive la Cenicienta.
Allí la soledad reúne sus guerreros,
sus humos, su flor seca, su seda polvorienta
y el candelabro antiguo sobre el piano severo.
No es ésta la doncella del pie paloma breve
que en lo fábula sueña mirando la ceniza.
La Cenicienta es una tarde que llueve
y es un ramo de sombra indecisa.
No perdió esta doncella su luciente zapato
ni un príncipe por ella sueña por el castillo.
En la gran sala fría el muerto del retrato
mira la vieja rosa de papel amarillo.
En el jardín desierto pasea la durable
soledad. Y en la tarde por el jardín desierto
la Cenicienta es ¡oh lirio deplorable!
una flor de ceniza mojada y amor muerto.
Manos de triste niebla, tejedoras dolientes,
se duermen sobre un libro de indecisos retratos
o acarician con fría ternura indiferente
la ceniza suave del lomo de los gatos.
La Cenicienta mira y espera sin ventura
en esa desolada casa de la tristeza.
El tiempo cansa el rostro vago de las figuras
y en el invierno, a veces, algún muerto regresa.
¡Oh vieja Cenicienta! La muerte, tu amorosa,
la piadosa doncella de la ciudad hundida
teje con humo triste su corona graciosa
para tu lenta frente de espuma oscurecida.
Los rostros de los muertos pasan por el espejo
—flores que se destrozan en tu lenta memoria'
y por tus ojos rueda la luz del tiempo viejo
como un sueño de tardes largas y sin historia.
¡Oh Cenicienta, oh lacerada mía!
que enciendes el otoño y haces caer las hojas
por ti la lluvia ofrece su antigua melodía
y el ocaso reparte su ramo de congojas.
¡Oh casa muerta! ¡Oh casa de la desesperanza!
¡Oh infinita guardiana de la gracia yacente!
Mis ojos ya son tuyos y la antigua esperanza
vitola dispersa entre las ruinas del poniente.
No es ésta, no, la niña que calzó luz.
No es ésta la niña que envidiaron las nieves asombradas.
es ésta una mujer delicada y funesta.
La recuerdo entre viejas azucenas gastadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario