domingo, 12 de julio de 2015

LOS ROSTROS DEL MAR

Quiero nombrarte uno taberna portuguesa
junto a las flores altas, extrañas, en el puerto de Lisboa.
Quiero nombrarte una taberna
donde otro vez la vida, esa agónica estrella
empapada en el lívido alcohol de la resaca,
me devolvió sus dones coléricos y hermosos.


Quiero que la recuerdes con sus hombres
tallados por el fuego de las piedras del mar,
por la tristeza de las cartas enterradas
en la desolación de las maléficas bahías,
por el ruido sagrado de las tardes
que como grandes bestias amarillas se hunden
en el pérfido océano.
Iluminados por la lámpara errante de los pájaros
arrastrados por la marea del amor
o el llamado salobre de sus profundas hembras,

como bellos ahogados que una promesa cumplen
vuelven a las tabernas miserables
con el polvo del mar en los cabellos.
Allí te reconocen, ¡oh Lejano!
y en silencio te miran y conocen tu sed,
tu aliento apasionado que se quema
en lámparas de ira y de desprecio,
Y tú, náufrago espléndido,
a un imperio de olvido encadenado,
bebes tu injuria en la taberna extraña
donde los viejos rostros resplandecen
como estrellas de polvo.


Quiero que me recuerdes esta taberna portuguesa,
que me repitas en la noche
cuando el amor y e! viento
juntan sus bellas plumas enlutadas,
que estuve allí, que yo comí ese pan apagado,
que yo bebí ese vino violento que gotea
de las uvas del pueblo y de la no;he.

Había ya olvidado la vida de los hombres,
su tumulto glorioso, su desdicha poblada de relámpagos,
su hoguera desolada junto al mar
Había ya olvidado tu nombre,
tu vieja ropa cosida por la lluvia

y el pedazo de pan anochecido en tus manos que mueren.
Había ya olvidado el rostro del que no duerme nunca,
del que flotando en la marea
ata a la noche inmensa los cabellos del mar,
del que aprieta en su puño cerrado como una fruta negra
su salario de muerte.
Había ya olvidado tu tiniebla y mi vida,
y el polvo de tus huesos
donde el deseo arde como un vino enterrado.
Había ya olvidado el agónico animal de tu frente
hasta que estuvo allí, en la vieja taberna
vecina de unas flores ebrias de muerte ya, junto a las llamas
del viento solitario del océano.


Quiero que me recuerdes la carroza de plata de la música
tumbada en la tristeza de la vieja taberna
y la mendiga ciega que cantaba
el fado de Lisboa,
porque junto a su voz un hombre estaba solo
y el amor azotaba con su espejo trizado
las piedras de lo calle.
contra una espuma inútil de ternura
contra un beso perdido en la tiniebla.
Recuérdame; la luna empapada de los barcos
cruzando las tormenta con un halo de pájaros.
Recuérdame si duermo, si destrozo mis ojos
en las hundidas piedras de los sueños
que estuve allí sediento y desvelado
por el alcohol salobre que la noche
quema en el viento ebrio de los puertos.


Recuérdame esa lívida taberna
donde el mar me arrastró como un barco perdido
envuelto por la lluvia.
Dime que volveré a su rueda nocturna
caída como un arpa de exilio sobre el pecho
feroz del hijo pródigo.
Dime que morderé su limosna de fuego,
que volveré a la calle remota de Lisboa
donde el vino desboca sus caballos de sueño,
y dime que en el fondo de su espejo abrasado
encontraré, tal vez, tu rostro indescifrable,
tal vez un trago oscuro de amor, tal vez el trueno
del mar sobre las tumbas de mi corazón.

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