El amigo habla de los crepúsculos muertos sobre Lochem
Yo nunca veré a Lochem porque no es una ciudad de este mundo.
¡Cómo es de bella nuestra casa entre el fuego riente
de la estación que viene abriendo rosas!
¡Cómo es de bello el corazón de los días queridos!
El amigo se irá cuando llegue el buen tiempo . . .
y el buen tiempo ha llegado.
Habla con lenta voz de lejanos amigos
que antes de morir cruzaron el corazón de Lochem, extraña
ciudad de castigo y ocaso.
La ternura nos dice que no somos los mismos,
que el amigo nos ha dado un alma nueva para decirle adiós.
Por la casa paseará su palabra lejana, esa irremediable.
Después en los días mayores nos sonreirá
tristemente desde nuestro corazón.
Pero el amigo habla todavía entre la luz amorosa de todos.
Ya canta el pájaro bello del buen tiempo.
¡Oh, locas mujeres entre los trigos!
¡Resplandor vegetal, luz dichosa de los seres recientes!
El amigo sonríe en la felicidad del buen tiempo.
Su mano, donde el adiós anida, nos enseña la fiesta iniciada.
Yo nunca veré los crepúsculos que envejecieron sobre Lochem,
ni sus oscuros templos flotando sobre la voz de los muertos
Cuando se vaya el amigo nadie nombrará a Lochem en la casa
y nuestro corazón se llenará con sus tumbas lejanas.
Queremos cercarlo de amor, ceñirlo de paz, retenerlo
pero de pronto comprendemos cruelmente
que ya nunca estará entre nosotros el amigo,
porque ese amigo de nuestro corazón no es de este mundo.
El nuevo canto dora de estío la arboleda
La soledad es fiel, lento el destierro.
Poeta argentino perteneciente a la Generación del 40. Aquí dejo todos los poemas que encontré de este maravilloso escritor para el disfrute de los visitantes del blog
lunes, 13 de julio de 2015
ADELAIDA Y YO EN EL INVERNADERO
Escritura automática II
Pájaros de médulas sutiles de limones eléctricos beben mi sangre
en tazos de ébano lluvioso
hierven esquinas con pelucas de buey
asustando el enjambre de las balanzas erizadas
viene mi amor tal vez algún día una semana después
que él dijo nunca vendrás ni a las once de la noche
menos subida al palomar con humo en las mejillas flotantes
desde lejos nunca me olvidarás día oscuro
de muelle con una flor en la goleta
pájaros hambrientos de leche purpúrea en las escaleras del diluvio
con ramas de cedro encima y alrededor del arca de música variable
pegada con rumor de la mujer náufraga
con hilo de hembra líquida veinte años desnuda
corriendo con su lámpara abierta por las alcantarillas ululantes
de la masturbación
y entonces ya no devastas los campamentos
de alcaldes protectorados y profetas lujuriosos
en los noches de cuero batido por la luna
y más tarde hangares de sol cúbico
tanto amor
las tórridas madrigueras con manijas de cobre folletines de higo
uno a uno largos días cayendo con un terrón de vino en cada mano
a la intemperie y sin la venia presidencial
tanto amor a qué recordar los manjares de vidrio verde
asados al fuego natural de las abejas
ni la hebilla de orégano que arrastrabas colgando entre las piernas
campana de olor vertiginoso y tarántulas sagradas,
o arrobados hormigueros cíclicos bebiendo agua peluda
y luego los decretos preferenciales las grandes lluvias administrativas
las fecundas aleluyas de cedrón hipostático
hasta llegar a esta noche sin letra escandalosamente
tanto amor y todavía más dédalo quemante
más sangre de amor nupcial quebrado el cuello dulce
ánade de hielo rojo amor mío
descendiendo ascendiendo
mordidos abrazados quebrados por grúas de florales tentáculos
sobre el velador de la lámpara aullando
lejos si ya los coágulos de sangre vuelan ya caen
suben untando lava gruesa en los ojos degollados
y el grito hasta el fondo de las vainas del nervio el pulso
del relámpago
chorro mortal de harapos de planetas el gran fuego volcado
sí amor mío en la mano de éter que se cierra
en las uñas de la perla del sueño.
TANGO POUR DES ESSEINTES
En memoria de Miguel Angel Gómez, el poeta asesinado
“Yo soñaba con una Tebaida refinada, con un desierto confortable, con
un Arca inmóvil y tibia en donde refugiarme lejos de la tontería
humana”
Floressas des Esseintes
“Pero no ves gilito embanderado
Que la razón la tiene el de más guita”
Discépolo
“Tu n’heritéras a ma mort
Qu’un nom déposé sur un livre”
Tudor Arghezi
« Y el amor que haga siempre imposible el olvido;
y la revolución que a los hombres devuelva
sus potencias divinas”
Miguel Angel Gómez
Vuelves des Esseintes,
Vuelves de tu diván y el libro rojo y gris
Escrito a perla cerrada.
Vuelves de una noche de Fontenay-au-Roses,
De una noche escondida en una pobre piedra,
El hidrófano
Que sólo arde en el agua muerta;
Y vuelves con tu barba de porcelana de París de noviembre
Mecida por el aire de los viejos jarrones de Fontenay
Y los ojos de hortensia de tus amigos sin esperanza.
Viejo, querido, mentiroso Floressas des Esseintes.
Vuelves cuando todas las puertas están cerradas
Y aún no hemos olvidado la canción del castaño
(Te acordás, ahora, milonguita, del barrio perdido?)
En los bosques cercanos a París
Los burgueses almuerzan sobre papeles
Y has tenido piedad por el cristiano
Que muerde la cebolla y el pan
Y lee su evangelio, su novela de milagros terribles
Y se arrodilla el domingo en Notre-Dame
Roído por tus uñas de ópalo lunar.
Pero ten piedad, también, por Jean des Esseintes,
Por las plumas de absintye
Que caen de su corona dulcísima
Rodeada por los cerdos asados
Que con ojos azules
Esperan a la vieja señora de los mercados.
Los burgueses se aúnan en los bosques
cercanos a París
y el viento como una gran iglesia se deshace
arrastrando los papeles dorados por la grasa y el amor
sobre los puentes del Sena
hacia el mar
que sólo es una gota de agua seca,
en el botón de tu chaleco
de magnolia perdida.
Y hablábamos de ti, des Esseintes
Y pensábamos que ya regresabas, en el coche, a Fontenay
Y los panales de la antigua esperanza
Parecían luciérnagas espiadas por los turistas
Cuando salíamos del Hotel de Chinois
(Te acordás Marguerite?)
Y caminábamos silbando el tango de Gardel
Y alguien venía desde lejos
Resplandeciendo en el escorpión de un anillo, que era otro amor, tal vez.
Y era el verano o el otoño.
Y en las vidrieras había telas
Dibujadas con mapas anteriores
A los viejos países de la vida.
(Recordás las ventanas volando sobre los bosques rojos
Y, otra vez, un triste baile del 14 de julio embanderado)
Esta es la jaula de la lluvia
Este es el pájaro del Sena
Que ha cantado en Sainte-Chapelle
Para tu pobre vida,
Para los perros ciegos que ladran todavía en mi alma.
En el viejo boliche de la calle Maipú
(Te acordás, vos también, Miguel Angel?)
Pensábamos el tango que no tuviera fin en la vida ni en la muerte.
Aquí comienzo a escribirlo, tal vez,
Cuando Jean des Esseintes
Regresa en el viejo coche vacío
A Fontenay.
LA CANCION DEL MENDIGO
Vosotros que dormís en las bellas estatuas
Donde el sueño del mundo se detiene;
Vosotros —¡oh laurel, oh mármol elegido, oh diadema del tiempo!—
Principes que recordáis los himnos inmortales
Y el idioma dorado en el mediodía de la columna original;
Vosotros, coronados, ciegos de ojos gloriosos,
lomad mi pobre corazón y adormecedlo
En vuestro eterno encanto.
Dulce es la sombra de las ortigas en verano
A la innoble alimaña que corre oscuramente
Entre las venerables losas de los vedados patios.
Dulce el crujido de las hojas antiguas
Bajo el pie del amante que regresa embellecido por la muerte.
El mirlo de otro tiempo ha cantado en su laurel de olvido
Y el bien de mi corazón ha sonreído con dulce miedo
Bajo los almendros florecidos.
Por el fulgor antiguo preguntaron mis labios insensatos
Y se movieron las sagradas aguas
Y las rojas arenas azoi'aron los rostros milenarios.
¡Áh, pobre corazón, junco de oro tembloroso
Quebrado en las orillas que los dioses
Con justo pie pisaron y espuelas de hermosura!
Mirad, aquí está el hijo mudable, el herido incesante,
Castigado en el alba con el ocaso prometido.
Ávido, su tesoro de arena entre sus manos alza
Y derrama su muerte sobre la hermosa tierra.
¡Oh impasibles figuras de la ordenada piedra!
¡Cómo descansa la extraviada criatura del día
En vuestros gestos puros
Extendidos sobre el desierto de los hombres!
¡Ah, cómo adora el efímero hijo
Los magníficos mantos que ningún viento mece,
Las flores esculpidas en las guirnaldas reales!
Dichosos los que han muerto y en las arpas de piedra
Cantan por vuestras frías manos eternizados.
Es el mirlo de ayer. ¡Oh fábula de piedra,
Frente del tiempo! ¡Escucha!
Oye corazón mío otra vez la engañosa
Canción del aire leve y la equívoca flauta.
"¡Ah, si atravesada por ebrias saetas
Cayera entre la hierba de oro y de rocío
Y me mordieran los bellos
Dientes de los muchachos
Que en el verano corren desnudos entre las gacelas!
¡Ah, si tu dura mano, cazador, anudara
Tibia flor de granado
A la fuente dormida de mis cabellos
Y al despertar,
El canto de tu amor me nombrara en el mundo
Con encendida lengua!
Mírame. Mira con tus ojos de primavera.
Mira cómo mi pecho se agita de delicia
Si una rama de mirto lo azota suavemente.
Mira cómo se elevan por mis piernas las flores
Que piso, cómo crece
La sed de las raíces por mis tobillos puros.
Escucha cómo estallan en mis senos floridos
Los besos de la lluvia, ¡oh doncel del verano".
Así cantaban junto a tos laureles
Las ebrias juventudes.
Sueña otra vez, ¡oh desterrado!, sueña.
ahora que la amorosa tórtola del otoño
Vuela por la colina
Y entre las anchas hojas que aires azules mueven
Vuelve la voz de los reales amantes abrasados.
Sueño otro vez y rememora
Tus días de joven dios ceñido de fulgor y laurel.
Y habíanos del secreto de mi dulce miseria.
"Rememoro tu noble adolescencia
Esculpida en los himnos por los ciegos ancianos
En el atardecer de las espadas.
Te llamo con ternura mi hermano miserable,
Te reconozco escarnecido hijo
De números eternos,
Te proclamo culebra nacido en lengua hermosa,
Te alabo como infame hoja de infame ortiga,
Como polvo de ortiga,
Como sombra de ortiga en los dedos de un dios.
Yo sé que tus palabras aún pesan demasiado
Porque brillantes fábulas oscuras
Velan lo voz de los esclavos.
Pero te nombro y dejo
Que sin descanso tiendas tu sed inaplacable,
La raíz de tu lengua
Por oscura saliva alimentada,
Hacia el lejano resplandor inmenso
De una inmortal belleza que fue tuya".
Los trabajos del año finalizan. Apacible
La vida es cuando el benigno fruto
Sus efímeras gracias nos ofrece
Y el corazón, en paz con la cosecha,
Ociosamente espera entre los justos.
Los mendigos contemplan desde lejos
Los bellos palacios de lo infancia.
Canta el mirlo reciente en la arboleda
Y la arboleda ha muerto
En la canción de un mirlo de otro tiempo.
Ríe el amante cubierto de guirnaldas
Y nupciales fulgores
Y el amante está dormido en lejanísimos otoños
Bajo la luna lenta de las criptas.
Otro mendigo canto ya lo canción de esta tarde
Bajo los puentes muertos que no veremos nunca
Y en otros ojos cae
La prodigiosa siembra del crepúsculo.
Vosotros que dormís en las bellas estatuas de párpados
sin noche
¡Oh príncipes, oh dioses!,
Salvadnos del castigo dichoso de admiraros,
Salvadnos del destierro que la belleza sin cesar inflige
a tanta devorada boca oscura.
Dejad mi corazón en esta sombra.
Y aquí, entre las ortigas y las piedras natales
Oscuramente, duerma junto a las ruinas quietas,
Bajo los grandes ojos pausados del olvido.
Donde el sueño del mundo se detiene;
Vosotros —¡oh laurel, oh mármol elegido, oh diadema del tiempo!—
Principes que recordáis los himnos inmortales
Y el idioma dorado en el mediodía de la columna original;
Vosotros, coronados, ciegos de ojos gloriosos,
lomad mi pobre corazón y adormecedlo
En vuestro eterno encanto.
Dulce es la sombra de las ortigas en verano
A la innoble alimaña que corre oscuramente
Entre las venerables losas de los vedados patios.
Dulce el crujido de las hojas antiguas
Bajo el pie del amante que regresa embellecido por la muerte.
El mirlo de otro tiempo ha cantado en su laurel de olvido
Y el bien de mi corazón ha sonreído con dulce miedo
Bajo los almendros florecidos.
Por el fulgor antiguo preguntaron mis labios insensatos
Y se movieron las sagradas aguas
Y las rojas arenas azoi'aron los rostros milenarios.
¡Áh, pobre corazón, junco de oro tembloroso
Quebrado en las orillas que los dioses
Con justo pie pisaron y espuelas de hermosura!
Mirad, aquí está el hijo mudable, el herido incesante,
Castigado en el alba con el ocaso prometido.
Ávido, su tesoro de arena entre sus manos alza
Y derrama su muerte sobre la hermosa tierra.
¡Oh impasibles figuras de la ordenada piedra!
¡Cómo descansa la extraviada criatura del día
En vuestros gestos puros
Extendidos sobre el desierto de los hombres!
¡Ah, cómo adora el efímero hijo
Los magníficos mantos que ningún viento mece,
Las flores esculpidas en las guirnaldas reales!
Dichosos los que han muerto y en las arpas de piedra
Cantan por vuestras frías manos eternizados.
Es el mirlo de ayer. ¡Oh fábula de piedra,
Frente del tiempo! ¡Escucha!
Oye corazón mío otra vez la engañosa
Canción del aire leve y la equívoca flauta.
"¡Ah, si atravesada por ebrias saetas
Cayera entre la hierba de oro y de rocío
Y me mordieran los bellos
Dientes de los muchachos
Que en el verano corren desnudos entre las gacelas!
¡Ah, si tu dura mano, cazador, anudara
Tibia flor de granado
A la fuente dormida de mis cabellos
Y al despertar,
El canto de tu amor me nombrara en el mundo
Con encendida lengua!
Mírame. Mira con tus ojos de primavera.
Mira cómo mi pecho se agita de delicia
Si una rama de mirto lo azota suavemente.
Mira cómo se elevan por mis piernas las flores
Que piso, cómo crece
La sed de las raíces por mis tobillos puros.
Escucha cómo estallan en mis senos floridos
Los besos de la lluvia, ¡oh doncel del verano".
Así cantaban junto a tos laureles
Las ebrias juventudes.
Sueña otra vez, ¡oh desterrado!, sueña.
ahora que la amorosa tórtola del otoño
Vuela por la colina
Y entre las anchas hojas que aires azules mueven
Vuelve la voz de los reales amantes abrasados.
Sueño otro vez y rememora
Tus días de joven dios ceñido de fulgor y laurel.
Y habíanos del secreto de mi dulce miseria.
"Rememoro tu noble adolescencia
Esculpida en los himnos por los ciegos ancianos
En el atardecer de las espadas.
Te llamo con ternura mi hermano miserable,
Te reconozco escarnecido hijo
De números eternos,
Te proclamo culebra nacido en lengua hermosa,
Te alabo como infame hoja de infame ortiga,
Como polvo de ortiga,
Como sombra de ortiga en los dedos de un dios.
Yo sé que tus palabras aún pesan demasiado
Porque brillantes fábulas oscuras
Velan lo voz de los esclavos.
Pero te nombro y dejo
Que sin descanso tiendas tu sed inaplacable,
La raíz de tu lengua
Por oscura saliva alimentada,
Hacia el lejano resplandor inmenso
De una inmortal belleza que fue tuya".
Los trabajos del año finalizan. Apacible
La vida es cuando el benigno fruto
Sus efímeras gracias nos ofrece
Y el corazón, en paz con la cosecha,
Ociosamente espera entre los justos.
Los mendigos contemplan desde lejos
Los bellos palacios de lo infancia.
Canta el mirlo reciente en la arboleda
Y la arboleda ha muerto
En la canción de un mirlo de otro tiempo.
Ríe el amante cubierto de guirnaldas
Y nupciales fulgores
Y el amante está dormido en lejanísimos otoños
Bajo la luna lenta de las criptas.
Otro mendigo canto ya lo canción de esta tarde
Bajo los puentes muertos que no veremos nunca
Y en otros ojos cae
La prodigiosa siembra del crepúsculo.
Vosotros que dormís en las bellas estatuas de párpados
sin noche
¡Oh príncipes, oh dioses!,
Salvadnos del castigo dichoso de admiraros,
Salvadnos del destierro que la belleza sin cesar inflige
a tanta devorada boca oscura.
Dejad mi corazón en esta sombra.
Y aquí, entre las ortigas y las piedras natales
Oscuramente, duerma junto a las ruinas quietas,
Bajo los grandes ojos pausados del olvido.
LA COPA DEL OLVIDO
Escritura automática XII
Es la última copa de mí vida
Es la última copa de mí vida
de mi vida muchacho que se va
que se ha ido copa del sol perros con candelabros
estanterías ardiendo con fuego de llamándote
vida mío amor mío querida mía
toalla de miel mía de jabón mío de quererte en mi casa
en mi pelo de la mañana
entre mis piernas junto al velador de ginebra tejida
espuma deshojada tango de musgo genital mía, mía
la guitarra en el ropero colgada lo lengua en el clavo de
mate dulce
sonámbula otro vez virgen miedosa
desnuda con la palmatoria entre los hormigas del desván
mío mía como mi copa de leche seminal
como la piel de los huevos solares
como hacia adentro hasta el arco del grito
hasta el aullido de la carne sagrado
hasta morir de saliva pentecostal
en tu gran cuerpo de hembra nuevo
de patíbulo de nácar
hasta la violeta luna de tus pezones
en mi boca en mis dientes de perro sacerdotal
de ángel de carne hundiéndote hasta el fin de la espuma rojiza
de tus ovarios dulces como alas plegadas
como cisnes de niños sonriendo a la luz de la luna
como lo última copa
tango de calor animal desgarrando la miel de la lámpara abierta
y jadeando el quejido del amor, ya mojando tu plumón
vida mía,
el planeta aterrado.
LA CANCION DE LA PUERTA CERRADA
Ábreme la puerta, madre
porque vengo sin dormir.
Duerme en las puertos del frío
lo puerta no puedo abrir. . .
Ábreme lo puerta, madre
porque estoy muerto de sed.
Bebe el aguo de uno fuente
de una fuente que no sé.
Ábreme la puerta, madre
porque ya no sé bailar.
No baile si baila solo
bajo la estrella lunar
Ábreme la puerta, madre
porque lo puerta está abierta.
Esta puerta la ha cerrado
el corazón de la cierva.
Ábreme la puerta, madre
por el Cristo que me hiciste
Llamo en otra puerta hijo
porque esta puerta no existe.
Y aquí terminó el contar
del que golpeaba la puerta
La madre no lo sabía
lo calle estaba desierta.
POEMA (¿Hasta qué otro paisaje...?)
¿Hasta qué otro paisaje he de llegar
para encontrar la tan querida muerte?
Las piedras de otros países no te responden
y el mar alza lo lámpara de los pájaros grises
para decir que no.
No busques el camino más allá
de la infancia.
En tu casa hay una vieja fotografía
donde ya estás muerto,
Alfonso.
SEÑORA DE UN JARDÍN
Te vi vestida como si vinieras
desde la oscura sombra.
En la errante ventana
mis ojos retenían el aire, las plumas que caían.
Miraba las dos caras del mar y de la tierra
y la de aquella sombra que llamamos luna.
Te vi vestida como si llegaros
con un ramo de agua y sin olvido,
como si desnudaras con tu paso
la fría piel del sol cuando es de noche.
Y la memoria me pregunta siempre.
Y yo repito o lo brillante arena:
Lo vi vestida como si viniera
desde otra oscura sombra,
sí,
vestida por dentro.
VALS DEL ADIOS
A Thelma Fernández Burzaca
Un día todo comenzará a cubrirse con el último pájaro;
caerá lentamente como la tarde unida y desnuda
que, tal vez sonriendo, detrás de las barandas, las glicinas.
esperamos despacio para el río dormido.
Movida por el aire tu mano se habrá abierto
en lo celeste sombra del verano.
Y guardaré las hojas que caen de tu mirada
como un extraño avaro que sonríe
por el ensueño acompañado.
Estarás ya, alejándote inmóvil
hacia el tiempo perdido
en el banco de piedra donde el último aromo resplandece,
sola entre tus vestidos de ayer,
anocheciendo.
Un día todo dirá que hemos partido.
Todo
EL CUBO VENERADO Y SECRETOS SIN AIRE
El cubo, sólo el cubo, las letras y los números
anteriores, ausentes del diluvio;
el grito mecánico, la sierra de paloma forzada,
el cubo abierto y no se te ocurra volver
a la lira de acero, a la bella guitarra sin atardecer.
Los doctores de manos pentecostales
abren la música de afuera, la otra, sí, la otra,
no el preso de su canción, la otra
la de los perros quemados o la casa de tinta
de los mutilados en un jardín
con rejas.
Hacia el juez quiere ir la palabra
escupiendo hacia afuera,
hacia los cerrados ojos episcopales
y sólo queda la corbata ardiendo, dibujada,
las líneas del amor cúbico
sin aire, sin el otro templo de los redentores,
los cerdos de veneno blanco.
MALLARMÉ Y LA LEY DE TU CUERPO
"la chair est triste, hélosf et je lu tous les livresi
La carne es triste, foyi, y yo ya he leído todos los libros.
No, tu carne no es triste, amor,
no son tristes tus dientes que muerden el pan de la mañana,
no son tristes tus huesos que levantan tus pasos por el día,
ni el pelo aéreo y alto
ni el más oculto de la rosa que quema.
Sólo ellos, los pérfidos, son tristes,
Los libros
donde no se puede escribir tu belleza.
Tu carne no tiene letras o símbolos o nadie.
Tu cuerpo es el pan de la luna mojoda,
es mi cuerpo en tu cuerpo
VOLVER SOBRE TUS OJOS
Tantos héroes tontos cabanas bajo lo lluvia
y yo leía todos los libros
y amaba o las mujeres de pelo extraño o silencioso o rústico
(en las caballerizas secretas
Tontas puertas cerrados o abiertas
tantos hombres que venían de otros fronteras
vestidos de canastas cantando Hijos del Pueblo
los muchachos
tanto amor escrito en poemas
que eran más bellos que ese amor escrito
y me había olvidado de tus ojos,
del barco que se va siempre de tus ojos
y yo leía todos los libros
y amaba o las mujeres de pelo extraño o silencioso o rústico
(en las caballerizas secretas
Tontas puertas cerrados o abiertas
tantos hombres que venían de otros fronteras
vestidos de canastas cantando Hijos del Pueblo
los muchachos
tanto amor escrito en poemas
que eran más bellos que ese amor escrito
y me había olvidado de tus ojos,
del barco que se va siempre de tus ojos
FLAVIA DEBAJO DE LAS TORRES
Escritura automática V
Desde lejos los héroes quemaban la grasa de los bueyes
para el humo de Flavia
Flavia que golpea su gran pelo animal
con la piedra de fuego
más austral más venido con lluvias del invierno
y tantas hojas de pianos en la niebla
nunca tan querida tan trágica Flavia
tan mía como otra sombra de escorpión doblado
en la torre
con tantos años de amor que parecen
jaulas vacíos
o un espejo de puta bordado por los ángeles
Flavia llorando junto a las hogueras de los ahorcados
si de amor
Flavia ladrona de pelo
ladrona de agua
huyendo y regresando tanta tierra de mar
Toda la noche la gran cama solar de la
noche
sin navegante impío hacia otras islas
todo lo noche lamiendo sol en tus encías
viento mordido
goteando si goteando su espada abierta
más hermosa que el calor de tus ojos abiertos
Y la leyenda de los héroes
que vendrían a salvarte Flavia debajo de las torres
Pero aquello fue antes que regresaras
todo antes o después del laberinto volado
sólo quedan los vértebras del amante tejido
en el vaivén del amor
la balanza de pluma seminal
la gota de mar en tus pezones de higo áspero
míos ton lentamente amados
torneados por lo avidez
por los ríos de los dedos lúcidos
todo el amor en el atardecer de otra guerra.
Los soldados acampan en los terraplenes
las ametralladoras los lanzas como amontes como el tiempo cambian
Y las vendas salutíferas del Señor cayendo saludando
a Flavia en las almenas
el amor desunido
el pan duro
SALMO DE LA ÚLTIMA NOCHE
La luna de la Pascua alza su vieja piedra
sobre la noche del Cedrón.
Tierra roída por el viento y la voz de los profetas,
oh tierra de sepulcros y cenicientos hierros;
la noche se levanta de tu arena sagrada
como un león que abre sus lentos ojos puros
para mirar el mar.
Con el carro estival vuelve la Poscua
a su estrella de pan y negras uvas.
Ya gotea en las llamas la grosca del cordero
cubierto por la tarde y el laurel de Bethania.
Lejos, en el ocaso, queman su joya malva
los montes de Moab,
bellos como el océano lejano
cuando el delfín asoma su nocturno diamante.
La mesa está tendida. Señor. Un manantial de piedra
baja de la montaña donde el trigo no crece;
los grandes animales de la muerte pasean
sus hocicos de plato y terciopelo
por la luz de la tarde.
Señor, está tendida lo meso. La serpiente
relumbra en la hermosura de su negra esmeralda
y cruzan los chacales con sus mantos de oro
las terrazas magníficas del templo.
Señor, aquí está Judas, el huésped de la noche,
el que cuida la bolsa de los tuyos
y el oro de tus ojos de cordero inocente.
Aquí estoy yo. Señor, Judos el que ha comprado
el pon y el vino; Judas el que do lo limosna
a los pobres mendigos de lo tarde.
Señor, vengo o tu mesa
tendida en el desierto de los hombres.
Lo luna de la Pascua alza su viejo piedra
sobre los heliotropos apagados del mar.
Tierra de los judíos, sembrada por el trigo
ebrio de los profetas,
sembrada por los huesos de David
que cantan como un himno enterrado
en un bosque de plata.
¡Oh tierra devastada por lo sed de las tribus,
por el grito salvaje de los pájaros milenarios
en el sol de las tumbas,
tierra, tierra de Jerusalén!
He aquí el día que muere para los pobres frentes
coronados por espinas de burla
y zarzos de ceniza donde arden
oprobiosos alcoholes.
He aquí el día del Señor que he adorado
yo. Judos Iscariote, con mi dulce salivo
donde crece lo perla de lo muerte.
He aquí que soy Pedro,
hijo de Cofornaum, la marítimo,
tierra amarillo de pescadores,
arpa de areno abandonado
en los riberas del Genezoreth.
He aquí. Señor, que te niego por tres veces,
que rechazo tres veces
esta espado inmortal labrado con tu sangre.
Hemos llegado hasta tu mesa.
Lo tarde cae sobre mis duros ojos
y siembra su jardín de amarillos espinas
en los piedras del olma.
Yo te he negado. Señor, y he señalado
tu mejilla en la noche mortal de los olivos
con un impuro nácar de brillante tristeza.
Yo he clavado una pálida lanza
en la inocente sal de tu costado.
Y he reído en la fiesta de la plebe
bajo la sangre de tus pies desnudos.
Yo soy Judas, soy Pedro, la lanza y el que niega;
yo soy la tribu tumultuosa y vasta
que corona su frente con un nudo de víboras.
Pero, Señor, te busco en la última torde
y espero que descienda la Voz sobre los muertos.
Este es el pon, la niebla de la harina
partida entre las piedras, unida por el agua,
lamida por el rojo mastín de las hogueras.
Este es el pan. Señor, es la sabrosa
paloma de la espiga que ha bebido
el silencio y el agua de las grávidas frentes,
es lo estrella brotada,
la lámpara del trigo.
Y este es el vino, el vástago del fuego
que calcina su azúcar sagrado en las entrañas
moradas de las parras;
es el pródigo, el hijo de las uvas pesadas
y de la espuma lenta del otoño.
Henos aquí. Señor. Venimos a la fiesta,
seguidos por los perros de la sed, por el cuervo
amarillo del hambre.
Nuestros mantos relumbran con la plata
suntuosa de lo muerte.
El beso será dado y en la injuriada noche
el gallo azotará los puertas del infierno.
Pero estamos aquí y cae la tarde.
Toca o su fin la cena. Está hecho el Signo.
Lg Voz sobre las aguas y las tierras
el pan ha levantado, el negro vino
y dice:
"Este es mi cuerpo y esta la espada de mi sangre"
Lo paloma de harina hg repartido
su corona nupcial;
el ruiseñor dorado de las uvas
ha cantado
en el bosque del pueblo
y hasta los cuevas
del almo, donde aúllon los profundos mastines,
desciende el sol cubierto de espigas y laúdes.
Señor, vuelve otra vez a tu cándido albergue.
A traves de las tumbas regreso con mi noche de escribas y de espadas
Yo, con el peso ardiente de Judos en los hombros,
con el peso de los treinta figuras de lo muerte,
tiendo lo ortiga oscura de mi sed
hacia Ti, Pan del Podre,
Vino de lo Paloma que goteo
uno perla de sangre matinal en el libro
de terrestre ceniza donde se pudre eternamente el mar.
POEMA (y yo no podría decir...)
Y yo no podría decir que aquello fuera así
o tal vez como un sueño,
como una vieja melodía junto al fuego apagado
que alguien recuerda antes de partir.
Pero vi que mi mano caía sobre el rostro de los hombres
y ya no relucía su rubí codicioso
ni ero mi mano aquella, sino el miedo
de otros dedos manchados que ino eran los míos
y me acercaban otras manos que tampoco
conocían los grocias de la vida.
Y todo se movía o creía estar en un camino hacia los ángeles
y con temor amoroso de las jerarquías, ascendían
todos, despacio.
Sí, ellos también. Todo, todo se movía dichosamente.
Todo quiso decir: el hermano
y el amigo con su viejo sombrero de tiempo
y la casa con el pequeño llamodor de hierro,
dulce para el perdido en la noche
entre los estrellas del jardín.
cómo se abre la puerta para el que sólo trae
lentas arcas de olvido.
Y era decir: Tú y yo, caminando por los viejos mercados,
junto a las bestias sacrificadas y los frutos que arden
entre los pobres y los ricos
y la hermosa moneda de impiedad que los separa.
Y todo quería decir ofrecerme a esta vida
que me ha dado estos ojos con que muero y te miro,
y herirte sin descanso
con la resplandeciente mordedura del hombre
perdido, repartido bajo nubes feroces.
Y sin embargo ascendía entre infiernos, cantando.
PARA UNOS RELOJES DE MARTA BRUNET
Unos relojes mecidos por el viento del mar
en el sur de Chile;
unos relojes enterrados en la voz de los viajeros
que nunca volverán a la casa cubierta
por el vaho de un jardín lleno de arena
y viento oscuro;
unos relojes enmohecidos por el silencio del agua en los
jarrones
olvidados
unos relojes laten
como la sangre polvorienta de una antigua herida
en el sur de Chile.
El viento vuelve a tu casa perdida
en la empapada camelia del sur.
Y vuelves tú y enciendes la lámpara de la niñez
cuando el cuarzo morado de la noche
se levanta del mar.
Unos relojes laten como el corazón de un pájaro ciego que
gotea
su sangre en el olvido.
cuando tú vuelves
con la corona de los países y la garza del invierno.
Todo es así y las maderas y los incendios del sur
pasan en la noche hacia el mar
mientras el viento azota el polvo de los días
en los espejos tibios
porque a tu casa has regresado.
Todo es igual.
Todo es como una carta escrita
el día que partimos y vuelve con los años
estrujada, odorada por la vida
a morir junto al pie del que regresa,
junto a la arena gris que cae de los relojes
en el sur de Chile.
domingo, 12 de julio de 2015
FELICES PASCUAS
Felices los que creen en el Espíritu Santo
felices los que creen en el partido comunista
felices los que creen en el dragón del Sol
o en el oscuro río de la noche
eternamente inmóvil.
Felices, felices los que en la flor del cáncer
encuentran la paloma
de la última hora.
Y feliz vos y yo,
tan perdidos
en la soledad del amor,
cuerpos que fueron sombra
y ahora resplandecen en las viejas almohadas, felices,
porque ya está el pan que quema.
Felices mis amigos que perdí
porque me perdieron
feliz el vaso roto
en la noche
sin el Señor,
feliz la espuma de los dientes
del lobo
tan solo,
en el bosque dorado;
feliz alma mía
que no comprendes nada,
nada, nada,
feliz cuerpo mío
que ardes como un árbol
de tierra
en la noche
del Pan.
felices los que creen en el partido comunista
felices los que creen en el dragón del Sol
o en el oscuro río de la noche
eternamente inmóvil.
Felices, felices los que en la flor del cáncer
encuentran la paloma
de la última hora.
Y feliz vos y yo,
tan perdidos
en la soledad del amor,
cuerpos que fueron sombra
y ahora resplandecen en las viejas almohadas, felices,
porque ya está el pan que quema.
Felices mis amigos que perdí
porque me perdieron
feliz el vaso roto
en la noche
sin el Señor,
feliz la espuma de los dientes
del lobo
tan solo,
en el bosque dorado;
feliz alma mía
que no comprendes nada,
nada, nada,
feliz cuerpo mío
que ardes como un árbol
de tierra
en la noche
del Pan.
LOS ROSTROS DEL MAR
Quiero nombrarte uno taberna portuguesa
junto a las flores altas, extrañas, en el puerto de Lisboa.
Quiero nombrarte una taberna
donde otro vez la vida, esa agónica estrella
empapada en el lívido alcohol de la resaca,
me devolvió sus dones coléricos y hermosos.
Quiero que la recuerdes con sus hombres
tallados por el fuego de las piedras del mar,
por la tristeza de las cartas enterradas
en la desolación de las maléficas bahías,
por el ruido sagrado de las tardes
que como grandes bestias amarillas se hunden
en el pérfido océano.
Iluminados por la lámpara errante de los pájaros
arrastrados por la marea del amor
o el llamado salobre de sus profundas hembras,
como bellos ahogados que una promesa cumplen
vuelven a las tabernas miserables
con el polvo del mar en los cabellos.
Allí te reconocen, ¡oh Lejano!
y en silencio te miran y conocen tu sed,
tu aliento apasionado que se quema
en lámparas de ira y de desprecio,
Y tú, náufrago espléndido,
a un imperio de olvido encadenado,
bebes tu injuria en la taberna extraña
donde los viejos rostros resplandecen
como estrellas de polvo.
Quiero que me recuerdes esta taberna portuguesa,
que me repitas en la noche
cuando el amor y e! viento
juntan sus bellas plumas enlutadas,
que estuve allí, que yo comí ese pan apagado,
que yo bebí ese vino violento que gotea
de las uvas del pueblo y de la no;he.
Había ya olvidado la vida de los hombres,
su tumulto glorioso, su desdicha poblada de relámpagos,
su hoguera desolada junto al mar
Había ya olvidado tu nombre,
tu vieja ropa cosida por la lluvia
y el pedazo de pan anochecido en tus manos que mueren.
Había ya olvidado el rostro del que no duerme nunca,
del que flotando en la marea
ata a la noche inmensa los cabellos del mar,
del que aprieta en su puño cerrado como una fruta negra
su salario de muerte.
Había ya olvidado tu tiniebla y mi vida,
y el polvo de tus huesos
donde el deseo arde como un vino enterrado.
Había ya olvidado el agónico animal de tu frente
hasta que estuvo allí, en la vieja taberna
vecina de unas flores ebrias de muerte ya, junto a las llamas
del viento solitario del océano.
Quiero que me recuerdes la carroza de plata de la música
tumbada en la tristeza de la vieja taberna
y la mendiga ciega que cantaba
el fado de Lisboa,
porque junto a su voz un hombre estaba solo
y el amor azotaba con su espejo trizado
las piedras de lo calle.
contra una espuma inútil de ternura
contra un beso perdido en la tiniebla.
Recuérdame; la luna empapada de los barcos
cruzando las tormenta con un halo de pájaros.
Recuérdame si duermo, si destrozo mis ojos
en las hundidas piedras de los sueños
que estuve allí sediento y desvelado
por el alcohol salobre que la noche
quema en el viento ebrio de los puertos.
Recuérdame esa lívida taberna
donde el mar me arrastró como un barco perdido
envuelto por la lluvia.
Dime que volveré a su rueda nocturna
caída como un arpa de exilio sobre el pecho
feroz del hijo pródigo.
Dime que morderé su limosna de fuego,
que volveré a la calle remota de Lisboa
donde el vino desboca sus caballos de sueño,
y dime que en el fondo de su espejo abrasado
encontraré, tal vez, tu rostro indescifrable,
tal vez un trago oscuro de amor, tal vez el trueno
del mar sobre las tumbas de mi corazón.
junto a las flores altas, extrañas, en el puerto de Lisboa.
Quiero nombrarte una taberna
donde otro vez la vida, esa agónica estrella
empapada en el lívido alcohol de la resaca,
me devolvió sus dones coléricos y hermosos.
Quiero que la recuerdes con sus hombres
tallados por el fuego de las piedras del mar,
por la tristeza de las cartas enterradas
en la desolación de las maléficas bahías,
por el ruido sagrado de las tardes
que como grandes bestias amarillas se hunden
en el pérfido océano.
Iluminados por la lámpara errante de los pájaros
arrastrados por la marea del amor
o el llamado salobre de sus profundas hembras,
como bellos ahogados que una promesa cumplen
vuelven a las tabernas miserables
con el polvo del mar en los cabellos.
Allí te reconocen, ¡oh Lejano!
y en silencio te miran y conocen tu sed,
tu aliento apasionado que se quema
en lámparas de ira y de desprecio,
Y tú, náufrago espléndido,
a un imperio de olvido encadenado,
bebes tu injuria en la taberna extraña
donde los viejos rostros resplandecen
como estrellas de polvo.
Quiero que me recuerdes esta taberna portuguesa,
que me repitas en la noche
cuando el amor y e! viento
juntan sus bellas plumas enlutadas,
que estuve allí, que yo comí ese pan apagado,
que yo bebí ese vino violento que gotea
de las uvas del pueblo y de la no;he.
Había ya olvidado la vida de los hombres,
su tumulto glorioso, su desdicha poblada de relámpagos,
su hoguera desolada junto al mar
Había ya olvidado tu nombre,
tu vieja ropa cosida por la lluvia
y el pedazo de pan anochecido en tus manos que mueren.
Había ya olvidado el rostro del que no duerme nunca,
del que flotando en la marea
ata a la noche inmensa los cabellos del mar,
del que aprieta en su puño cerrado como una fruta negra
su salario de muerte.
Había ya olvidado tu tiniebla y mi vida,
y el polvo de tus huesos
donde el deseo arde como un vino enterrado.
Había ya olvidado el agónico animal de tu frente
hasta que estuvo allí, en la vieja taberna
vecina de unas flores ebrias de muerte ya, junto a las llamas
del viento solitario del océano.
Quiero que me recuerdes la carroza de plata de la música
tumbada en la tristeza de la vieja taberna
y la mendiga ciega que cantaba
el fado de Lisboa,
porque junto a su voz un hombre estaba solo
y el amor azotaba con su espejo trizado
las piedras de lo calle.
contra una espuma inútil de ternura
contra un beso perdido en la tiniebla.
Recuérdame; la luna empapada de los barcos
cruzando las tormenta con un halo de pájaros.
Recuérdame si duermo, si destrozo mis ojos
en las hundidas piedras de los sueños
que estuve allí sediento y desvelado
por el alcohol salobre que la noche
quema en el viento ebrio de los puertos.
Recuérdame esa lívida taberna
donde el mar me arrastró como un barco perdido
envuelto por la lluvia.
Dime que volveré a su rueda nocturna
caída como un arpa de exilio sobre el pecho
feroz del hijo pródigo.
Dime que morderé su limosna de fuego,
que volveré a la calle remota de Lisboa
donde el vino desboca sus caballos de sueño,
y dime que en el fondo de su espejo abrasado
encontraré, tal vez, tu rostro indescifrable,
tal vez un trago oscuro de amor, tal vez el trueno
del mar sobre las tumbas de mi corazón.
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